BODY AND SOUL

El título de este estándar –
body and soul-, que, interpretado por el saxofonista Coleman Hawkins allá por 1939, auguró el nacimiento del jazz moderno expone una dicotomía clásica, podríamos decir escolástica, entre el cuerpo y el alma, que están llamados unas veces a fusionarse y otras a separarse, más o menos amistosamente. Danza y música han estado íntimamente relacionadas en numerosas manifestaciones expresivas de todas las culturas, pero más aún en la tradición africana.

Al igual que pasó con el jazz, el
tap dance (llamado con frecuencia baile claqué en España y Francia) surge de la fusión de la cultura musical europea con la africana. Particularmente está relacionado con una danza de zuecos tradicional irlandesa, enriquecida con los complejos ritmos africanos y con una mayor improvisación, sensualidad y libertad de movimientos. En el siglo XVIII se prohibió a los esclavos negros la utilización de instrumentos de percusión, que entonces fueron sustituidos por manos y pies. El tap se consolidó primero como un baile de calle donde bailarines e inmigrantes de diferentes grupos competían improvisadamente demostrando sus mejores cualidades y movimientos. Se trataba pues de un deleite de improvisación tanto musical como corporal. Desde entonces se llaman hoofers los bailarines del tap más genuino y racial, improvisado y de calle, que utilizan fundamentalmente los pies. Años más tarde, el sonido rítmico de los zapatos pasó del asfalto, a las tablas de los grandes teatros de Vaudeville y Broadway y finalmente durante las décadas de los 30 a los 50, el retumbe del tap llegó a la televisión y al cine norteamericanos, donde muchos actores se valoraban también por sus méritos como bailarines y cantantes.

En los comienzos del jazz el
tap dance experimentó un gran desarrollo y popularidad, unido a la nueva música, como refleja magistralmente la película Cotton Club (Francis Ford Coppola 1984), donde se recrean interpretaciones de Duke Ellington y Cab Calloway, éste último ejemplo de muchos músicos que eran también bailarines. Aquella música maravillosa se juzgaba tanto con los pies como con la cabeza y dio lugar a temas memorables cuyos títulos eran consignas, como I Got rhythm (Gershwim 1930) y It don't mean a thing (if it Ain't got that swing)(Ellington-Mills 1931). Para huir de la penuria económica y la segregación racial esta fusión de artes desenfadada y feliz era la mejor válvula de escape. Las grandes orquestas posteriores con directores blancos (Benny Goodman. Artie Shaw) y negros (Lionel Hampton, Count Basie…) popularizaron el jazz hasta límites inconcebibles en la llamada era del swing.

En cuanto al
tap dance tuvo su mayor difusión en su versión más comercial, llevada a la cumbre gracias al talento y elegancia de bailarines como Fred Astaire y Gene Kelly, que, sin embargo se apartaban del género en sus versiones más genuinas y arriesgadas, paralelamente a lo que para la música de las jazzband suponía Glenn Miller.

El deseo de libertad y reivindicación de los jóvenes músicos de principios de la década de los cuarenta configuró el jazz moderno con el movimiento
bebop, donde ritmos menos marcados e improvisaciones complejas hicieron evolucionar al tap dance. La aparición del rock and roll en los 50’s expresaba un cambio cultural, reflejado en la música popular y actitudes sociales. El tap dance tuvo que ceder espacio a otros bailes, pero también evolucionó, resurgió y sigue siendo practicado en numerosos clubes de aficionados y en conciertos por todo el mundo.

Es una gran suerte poder escuchar hoy a
T.J. Jazz y su grupo, recuperando aquella época dorada del swing y el tap dance que hizo felices a millones de personas durante décadas.

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